La tipa venía seguramente a su encuentro porque la reciprocidad era innegable en el rostro de ambos. Vi la escena desde la mesa de un café cruzando la calle y les auguré una exacta pertenencia futura. No pude dejar de sentir un dejo de envidia.
Conocía el tipo a la espera. Sabía que acostumbraba adelantar mundos: conjeturé que mientras ella llegaba el hombre imaginó un arribo con suerte, el logro de una cita, seis encuentros, un noviazgo, tantos meses, una boda y un bautizo, cuatro niños, buenos días, una cama bien empleada, una mesa bien servida, muchos años.
Conocía el tipo a la espera. Sabía que acostumbraba adelantar mundos: conjeturé que mientras ella llegaba el hombre imaginó un arribo con suerte, el logro de una cita, seis encuentros, un noviazgo, tantos meses, una boda y un bautizo, cuatro niños, buenos días, una cama bien empleada, una mesa bien servida, muchos años.
Pero ella pasó de largo mientras su torpe y mal augurado servidor -falso sustantivo, nunca lo fue- continuaba imaginando el resto de la historia.
La mujer entró en el café de enfrente: me dio su mejor beso de casada. Opté por no hacer comentario alguno: la inseguridad de nuestro matrimonio es asunto mío.
Más allá, el tipo a la espera continúa imaginando trazos de mi vida.
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