Manrique abre el espectáculo de su ventana: frente a un edificio igual al suyo observa un fisgón que sorprende a un sujeto sosteniendo una daga en sus propósitos. Manrique cierra las persianas de su departamento: no desea que lo vean cometer el asesinato. Porque así son las ciudades con rascacielos: especulares, espectaculares.
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