Con una oscilación natural entre lo flemático y lo colérico, con frecuencia suelo ser interpretado como arrogante y asertivo. Por algo entienden como broma mi aseveración de que en realidad guardo fuertes rasgos de timidez y reservas. Me agrada la soledad y el time-out reflexivo, pero también, sobre la marcha, suelo decir que las cosas deben hacerse. Y respeto eso. En medio del sudor frío al hablar en público (algo que se controla con los años), alguien debe coordinar acciones, tomar la iniciativa, ver el escenario frío, considerar los aspectos pragmáticos de los procesos.
“Preferiría hacer AQUELLO” es una frase paralizante, porque si se trata de elegir optaría con gusto por recostarme a leer cómics. Pero asumo que el deber, como obligación interna, aceptación ética de tu participación en el mundo, se acompaña de la oportunidad y la capacidad, de ser siendo sobre el espacio y el tiempo. No por el asunto de trascender, sino de asumir tus responsabilidades. No por la premisa de sobresalir: celebrar el logro de otros.
De una manera azarosa, tal vez, he debido concretar proyectos culturales, organizar eventos académicos, plantear ferias de emprendedores, explorar los problemas de comunicación de las empresas y hasta echar a andar una coronación de una reina universitaria. Preferiría leer cómics, pero ahora disfruto más que mis alumnos los lean y se sorprendan. Mientras tanto, esto de las relaciones públicas y la perspicacia se me da por la combinación de tiempo, los condicionamientos de mis padres, los patrones de comportamiento familiar y muchas, muchas conversaciones sobre que la actitud de servicio no debe confundirse con servidumbre ni servilismo. Luego te sorprendes afirmando: “Preferiría hacerme cargo de ESTO y como recompensa, satisfecho en la noche, me pondré a leer un cómic”.
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