Como por arte de magia, porque no se daban los perales en la comarca, un ganadero entusiasta cosechó una jugosa y única pera en la temporada. La llevó al mercado, la presumió sobre un almohadón fino y pidió un precio alto por ella. De lejos magnífica, los comerciantes notaron de cerca que tenía algunas estrías y excrecencias, acaso un verde un tanto desganado. Sin embargo pujaron por ella, porque no era costumbre, les cuento, que se encontraran con este tipo de frutos en el mercado. Pero el ganador pronto supo que no sabía a pera, tampoco a manzana, tal vez sólo un poquito a tamarindo.
24 noviembre 2010
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