Parto del supuesto de que una exposición contemporánea debe guardar una narrativa en su montaje. Por algo hablamos de guiones y curadurías, de títulos que cohesionen, de la exterioridad del criterio de un museógrafo que se impone a la interioridad del diálogo posible detrás de una pieza. Conversan la iluminación, la secuencia, la distancia, la altura, el color de la pared de apoyo: la obra no monologa. Ante el montaje –combinar, ordenar y ajustar las partes de un todo- se exige lo contrario que al epígrafe que vale, como lo contara Julio Torri, por su inexactitud y calidad de balazo literario: el objeto necesita pausas y pautas, temas opuestos o hermanados, ritmos calculados, no atiborrados recuentos.
Algo raro ocurre con la primera exposición individual de Paco Castro, Flurioux: recuentos y exploraciones: ¿El nombre ya justifica lo periférico de su narrativa, augura fotogramas de diferentes relatos? Se extraña la etapa de post escritura antes del montaje, la supresión de párrafos innecesarios por el bien de la historia. Se añora la eliminación de lo superfluo y los distractores. Extraño la mesura del contenido. De pronto, la exposición lúdica se transforma en la caja atiborrada donde el niño regañado ha empujado sus juguetes.
Flurioux es una colección dispar de ocurrencias que requieren tocar aún cima y sima. El mayor de los vicios es la ligereza, ensayó Wilde, porque la importancia y verdad de las cosas subyacen en el fondo. Ambigüedad expresiva: son numerosas las obsesiones o aún no ha decidido un camino exploratorio para este año. Será interesante observar su avance, sus apuestas, tomar partido por sus obsesiones. Pero aquí, en lo forzado del re-cuento, se pone en juego el valor de las piezas mejor logradas.
Es evidente la relación de Paco Castro con las artes gráficas y el apego a las capacidades del papel. Se nota el oficio y te guiña el talento evidente en la manufactura de las ideas. El papel y el color como hilos conductores, pero también como conducta hilvanada con la recurrencia de la des-formación. Castro es un indagador inteligente de formas y resulta evidente su búsqueda de confrontar lo plano con la saturación, la plasta con la textura, lo orgánico con la máquina. En esta recurrencia, por encima de la presión de la puesta en escena, pueden notarse las verdaderas exploraciones de conceptos:
a) La des-composición de un centro orgánico que evoluciona hacia una excrecencia expresiva en sus personajes: ¿Hablamos sólo de sombreros, máscaras y puntas de lápices peladas? ¿Una guarida cromática, una abultación que me brota, me expande y continúa? Una cabeza se extiende en un sombrero, unos ojos se extienden en una máscara: el color grita y me grita, se vuelve voz tangible en forma de lengua, pluma y vaina: la protuberancia me esconde, me revela y se rebela. Hipotexto no mencionado: los rostros tapatíos de Castro remiten a los trazos orgánicos y disformes tan reconocidos en el caricaturista Jis, que por lo demás sería un buen homenaje y reforzaría el concepto. Un magnífico políptico de papel donde destaca la tensión estructural entre la deformidad de los personajes y la llaneza de los cubos donde se dibujan. ¿Es una versión desde la caricatura de un neo expresionismo ochentero donde la distorsión se justifica desde el derecho de la mirada del ilustrador moderno?
b) El desdoblamiento desde una figura inicial que multiplica tangibilidad y lubrica clonación: multiplicación geométrica de cristales y juegos de luces que se derraman en paredes y en el piso. Prismas de papel que bien podrían emular una de-construcción fractal étnica, por la similitud con el patrón usual de color en sarapes y artesanías mexicanas.
c) La insinuación de una forma a partir de su relieve sígnico, a manera de adivinanza minimalista, a manera de parangón con el test de Rorschach.
Me agrada en Castro que re-contar es re-flexionar y flexionar es alterar sus propios cuentos y miedos hacia lo lúdico. Me gustan sus desdoblamientos y superposiciones, sus excrecencias y convexidades: hacia afuera, constante exterioridad. ¿Qué hay en el centro?
Algunas piezas en Flurioux recuerdan ciertos trabajos ópticos y mínimos de Messen-Jaschin, Vasarely y Frank Stella. Pero sobre todo veo cierta relación con las estructuras y pautas visuales de Sol LeWitt. Sí, cuando se piensa en minimalismo se relaciona con una economía expresiva, en un ABC de formas y colores: parvedad y escasez frente a la fanfarronería crítica del Pop Art y la obsesión foto realista de los sesenta, esa tiranía de la referenciación sobre concepto. Pero el minimalismo y el op art, sin intentar representar o simbolizar experiencias ni objetos específicos, también hablan de patrones y modulación, de formas reducidas a un ritmo y la fuerza de la tensión cromática. ¿Estaría de acuerdo Castro con Josef Albers?: “In visual perception, a color is almost never seen as it really is- as it physically is. This fact makes color the most relative medium in art”. Sus fractales y proyecciones de formas parecen explorar esta idea, pese a lo biológico y figurativo de algunas piezas. Tal vez hablamos de un neominimalismo orgánico.
Relevante, por supuesto, pero no el todo. Me basta la superficie. El fondo promete.
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7 de abril 2010
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