22 septiembre 2006

Jurarás en vano

Lo que ocurre es que eres débil, obscenamente fatuo. En este tiempo de caprichos donde todo lo sueles ver transitorio, sabes que hasta una promesa tiene sus múltiples puntos de fuga. Por eso te es fácil mentirte, como para hacer tiempo, como para hacer vida válida sólo en tu cerebro. Pero no te mueves: deambulas.
Tal vez hace dos años comencé a dejar de mentirme. Ya no tiene caso. He pasado los treinta y las necedades de los veintes, por rigor del ánimo, se vuelven pretensiones risibles. No seré ni más delgado, ni más alto, ni más rollizo, ni más viajado, ni más rico, ni más listo, ni más amado. Me molesta conjugar lo que puede suceder o no. Cuántas horas perdidas en estas proyecciones. El futuro sólo es una referencia obscena porque se desnuda sin menoscabo ni vergüenzas: se encuera perfecto. Recién ayer alguien me hablaba de su cuadrado y monolítico proyecto de vida. No pude evitar tenerle algo de lástima: tantas desviaciones, tantos cambios de planes en puerta. No negociable, su frigidez vivencial sólo le ha traído irritabilidad presente, paranoia presente: para qué abrirse, abismarse, aventarse, destronar su ego: candoroso.
Quizás porque he sido de aquellos beneficiados con el patetismo, con las revolcadas en lodo, ahora soy mucho más cómplice con mis años venideros: les doy por completo el beneficio de la duda. Tampoco reclamo el caballo dado. Como diría García Terrés, “Han sido buenos estos años / mientras duraban / para quienes, al menos / tomábamos el tiempo con un grano de sal”. Nada ha resultado exactamente como pensaba en las ingenuas mocedades, pero en esas inexactitudes encontré los recuerdos indispensables. He aprendido más de las bifurcaciones de vida que de los diseños y administraciones que he planteado sobre mis horas. Decidí darme al ahora: concurrirme entero, fluirme irónico.
Hace años mi terapeuta me recriminaba el predominio de mi raciocinio sobre mis emociones, las barreras teóricas para filtrar posibles desencantos. Siguiendo sus consejos me quebré. Recio. Agudo. Me armé –qué pretensión, me armaron– desde los pedazos: se perdieron algunas piezas. Ahora racionalizo desde la melancolía de que todo se pierde o se resquebraja, sin desasosiego ni ansiedades. No intento la insípida higiene mental que me obliga a verme feliz frente los otros: paradójico, mi humor se ha depurado desde entonces. Superior al destino, el azar te (cor)rompe y es sabroso. La Tierra, escribió Tulio Mora, es un gramo de cocaína olvidado en un plato de plata. Te baja también cualquier borrachera. Para qué el escándalo.
Lo mejor de aceptar lo inevitable y lo impredecible es que aprendes a cohabitar con tus demonios. Sabes que periódicamente tienes que encausarlos, liberarlos. Dejas de sentir culpas por tus secretos (cuando los develas) o tus puterías (cuando las desatas): sólo eres desde la franqueza. Como en mi poema favorito de Kavafis: “Qué vanos remordimientos, qué innecesarios... / Mas no podía entonces comprenderlo […] Por ello mis enmiendas fueron inconstantes. / Mis resoluciones de continencia, de cambiar, / duraban dos semanas como máximo”.
Callar esa parte del ser te amarga el ánimo porque no la sueltas: mejor puta que emputecida: simple y lúbrico. Huyes de tus contaminaciones y te asfixias en tus secretos, tus frustraciones. Pero el hambre es canija. Y es mejor conciente tangible que desfiguro etílico y no me acuerdo. Las moscas muertas están más vivas que nunca. El problema es que los demonios asolan y en algún momento resquebrajan tu fachada, tus necedades de pureza. Y mejor antes de los treinta, antes de que te avalen como rabo verde. Tarde o temprano regresas al punto de huída. Como escribió Luis Cernuda en El elogio de la quimera, “Lo divino subsiste, / proteico y multiforme, / aunque mueran los dioses. / Por eso vive en mí este afán que no pasa, / aunque pasó mi forma, aunque ni sombra soy, / afán que se concreta en ver rendido al hombre / temeroso ante mí, ante mi tentador secreto indescifrable”. Lo que ocurre es que eres un presuntuoso generador de promesas de año nuevo, pero olvidas que la voluntad de cambiar sólo se aplica cuando dañas a los otros: qué daño puede hacerte el bajarte.
En 1986, cuando Frank Miller publicó la novela gráfica Dark Knight Returns, una versión decadente sobre un Batman avejentado, yo apenas libraba los quince. Siempre que me siento absurdo en una situación esnobista, o negando lo obvio, o participando de charadas sociales, viene una secuencia a mi memoria. Bruce Wayne, decepcionado y retirado, se resiste a soltar su contraparte, se niega liberar las necesidades del murciélago: jura en vano. A los necios puristas de la literatura no les gustará escuchar todo lo que le debo a una simple secuencia de una historieta en blanco y negro:

La hora ha llegado.
Lo sabes en el alma porque yo soy tu alma.
No puedes escapar de mí.
Eres débil, eres pequeño, no eres nada.
Una jaula oxidada que no puede contenerme.
Ardiendo, te quemo.
Al quemarte me vuelvo una llamarada caliente,
brillante, fiera y hermosa.
No puedes detenerme,
ni con vino, ni con promesas,
ni con el peso de la vejez.
No puedes detenerme, pero sigues tratando,
sigues huyendo.
Tratas de ahogar mi voz,
pero tu voz es débil.

Y aquí estás ahora, negándote.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En un principio no sabía de que forma podría formular un comentario a este escrito, mas reflexionando un poco, y no dejarme llevar por la apariencia o quizá la crítica al futuro, lo esencial es el tiempo.
¿Porqué planear el futuro es un desperdicio de tiempo? ¿Porqué el gastar el tiempo de vida en soñar y proyectar una idea que posiblemente nunca se realize y sea solo un sueño mas de un muerto en vida debe de ser expresado como algo superfluo, inútil, vano?
Puede que un simple individuo que trate de proyectar su futuro sea un acto insignificante, pero mas arriba de él, podría encontrarse el destino de todos aquellos que "tomábamos el tiempo con un grano de sal".
Cada proyecto depende o mas bien se realiza o fracasa en base a las acciones y variantes del que lo origina, así como también de los otros, pero mas allá de esto, no se puede negar que alguno pueda realizarse.
Sin duda el pensamiento cuadrado de muchos es lo que eleva a los que los manejan y los educan, lo que crea la maldición a la que llamamos sociedad, en donde la masa cada vez se apodera mas de la vida y el rumbo del mundo.
Quizá halla pocos que vivan la vida y no mueran dentro de ella, pero cuando aquel que ose llamarse estratega tenga todo listo y se levante con la llama interna que nadie pueda extinguir, entonces esos pocos sabrán que su destino esta ligado de igual manera al de los muertos en vida.
¿O podría ser diferente?

Felicidades por tus textos.

Anónimo dijo...

Y como extra, nunca se debe de subestimar una fuente de inspiración, por mas superflua y simple, puede contener el destino de uno o de muchos.