Cinco juegos de té, dos casas de muñecas, un horno mágico para pasteles mágicos, tres bicicletas, seis vestidos, cuatro abrigos, veintiséis muñecas: cuarenta y siete regalos para los cinco años de Antonia.
— ¿Cómo se dice, niña? —reclama su madre.— Graaaaaaaaaacias, tía Karla.
— ¿Te gustó tu muñeca? —pregunta una mujer con cara de muñeca.
— Muuuuuuuuuuhhhho, tía Karla. Está muy bonita.
Pero Antonia no está contenta con sus cuarenta y siete regalos. Falta uno. El más importante. El número cuarenta y ocho: aún no ha llegado el regalo del abuelo Toño.
— No te preocupes, ya llegará —le dice su madre. Recuerda que lo envío desde muy lejos.
— ¡Pero me dijo que sería el mejor regalo, mamá!
— A lo mejor no llega hoy el paquete, Antonia. No me hagas berrinche.
Antonia está a punto de reclamar, pero suena el timbre. Todos voltean a ver la puerta. Toña salta entre las cajas, causa un alboroto y atraviesa a toda velocidad la sala.
— ¡Mamá, mamá, ya llegó!
— ¡No corras, Antonia
— ¡Soy Toña, mamá, como mi abuelo!
Toña abre la puerta y un señor con una gorra azul le entrega un paquete envuelto en un papel que no parece de regalo. La caja es del mismo tamaño que ella.
— ¿La señorita Toña Soto?
— ¡Soy yo! —Le dice mientras le arrebata el paquete y corre a la sala de nuevo. El paquete le pareció muy liviano.
— ¡Da las gracias, niña!
— ¡Gracias!
Quita el papel que no parece de regalo y sacude la caja. No escucha nada. Toña pone la caja en el suelo, la abre con fuerza y mira dentro.
— No hay nada, mamá.
— ¿Segura? Busca bien.
— ¡No hay nada, mira!
Toña sujeta la caja desde sus orillas y la levanta sobre su cabeza. Luego mira hacia arriba.
— ¡Sí hay algo, mamá! ¡Mira, hay un agujero!
Todos los invitados rien: la mamá que le dice Antonia, los compadres, los hermanos, los primos, los amigos, la tía Karla. Toña les muestra la caja dando vueltas para que todos lo vean. En el fondo de la caja descansa un agujero por el que se ve clarito la cara de Toña.
— ¡Es un agujero, miren! —les dice con una sonrisa.
— ¿Pero es una broma de tu abuelo? ¿No te mandó una muñeca? — pregunta la tía Karla.
— ¿Te regaló un agujero? —se escucha en la sala una voz de un niño.
— ¡Sí! —dice Toña feliz— ¡Me encanta!
En los días siguientes Toña no juega con ninguno de sus cuarenta y siete regalos. ¡Pero cómo disfruta el cuarenta y ocho! Descubre que el agujero en la caja no viene con la caja: no está recortado, ni dibujado. El agujero está pegado con pegamento blanco del que no pega mucho. Y cuando lo despega, Toña aprende que puede hacer muchas cosas con su regalo, sobre todo si lo pone en el suelo.
Descubre que puede usarlo como hula-hula, aunque sólo se le vea medio cuerpo y asuste a sus amigos.
Descubre que se puede evitar regaños escondiendo en el agujero todo lo que rompe.
Descubre que nadie la encuentra cuando juegan a las escondidas, pero siempre cuida de agarrarse bien de las orillas para no caerse en el fondo.
Descubre que puede poner trampas para que caigan sus primos y desaparezcan sin dejar rastro.
Descubre que el agujero se agranda si lo piensa o se achica si lo quiere, pero luego se lo guarda en el bolsillo y se le caen las monedas.
También descubre que el agujero no tiene fondo y que puede meter en él la licuadora, cuatro juegos de té, la plancha, dos casitas de juguete, la lavadora, un horno mágico para pasteles quemados, el jarrón de la abuela, seis bicicletas, un zapato derecho, tres vestidos, una tetera, cinco abrigos, una maceta, veintiséis muñecas, la tía con cara de muñeca, la mamá que la llama Antonia, los hermanos, los amigos, los compadres, la casa, la calle, la ciudad, el continente, el mundo entero, el abuelo Toño.
Descubre de pronto que se siente sola.
Así que agarra valor, toma mucho aire y corre hacia al agujero. Toña se echa un clavado, como cuando su abuelo la llevó a jugar a la alberca el verano pasado.
Marzo 25, 2009
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