03 octubre 2008

Días de octubre

Como era costumbre durante los octubres, el Sr. Rivas se levantó enfermo de desmemoria. De nuevo lanzó maldiciones sin destinatarios, porque no recordaba a ciencia cierta los suficientes enojos para mentar las madres necesarias. No se trataba de la gripa típica de los eneros, tampoco de las sofocaciones de los junios, menos del romanticismo diabético que lo solía desolar durante los abriles –a veces hasta los mayos. Era de nuevo la predecible desmemoria, los febriles ratos de ansiedades por la sensación de algo y alguien en un algún lugar volátil y difuso.
     Ni el té de ruda le funcionaba por estos días.
     El Sr. Rivas sólo salió de casa lo más rápido que pudo. Había aprendido a no dejarse llevar por la zozobra de la enfermedad: confiaría en su libro de notas, en las fechas límite cumplidas antes de octubre, en la intuición de que ese algo y ese alguien y ese algún sitio no le reservaban ningún pendiente. Sólo que esta vez caminó y enrumbó y de pronto entendió. Se dejó llevar por algo más que la certeza. Caminó y comprendió que la desmemoria no era del todo una pérdida, que también existen otros remedios que sólo un té muy caliente de ruda. En el camino se dejó saber: llegó para abrazar el algo, el algún y el alguien vueltos uno. Lo supo entonces y confío por entero, aun si lo olvidara tras las horas y lo volviese a hacer presente cuando saliera de nuevo sin rumbo fijo. La desmemoria no se cura, lo sabía, pero el tiempo es un bucle y el cuerpo recuerda. Recuerda, cuerpo.






2 comentarios:

dayanna* dijo...

Love ur writing ;) =*

Éctor Sandoval dijo...

Tu narrativa es clara e imaginativamente emotiva: Saludos